La vida se encarga muchas veces de arrinconarnos, de ponernos de cuclillas y en el proceso nos abrazamos y entonces nos cuestionamos, ¿por qué a mí?
Es en ese momento cuando comienzas a sentir como duele la piel y el sufrirlo, y solo deseas con todo ser, que pare de doler y regresa el cuestionar una y otra vez. Y solo hay este silencio de la vida y el tratar de comprender, de buscar un sentido, pero solo obtienes más preguntas sin sentido. Las noches que se hacen más largas, más frías y hacen que ahora te duela hasta el tuétano de los huesos y una vez más sientes la soledad, que todo lo que tienes se empaña y no puedes ver con claridad. Al pasar los días la misma pregunta surge, pero continúa pasando el tiempo hasta los meses hacerse llegar y entiendes que tienes que mudar de piel y que dejará de doler y que las noches frías van a caer.
Entonces, es ahí cuando decides tomar la nueva piel y caminar. Los días se tornan más claros y aunque las noches continúan siendo largas, se podía sentir que la nueva piel hablaba y recordaba que toda espera pasa y aunque la vida amenaza con acecharnos, le susurramos junto a la nueva piel que vivirla es lo mejor que me ha dado y aunque los huesos y las células han quebrado, la nueva piel se ha encargado de decirle esta vez, ¡gracias por qué fue a mí!.