“Las palabras malas refuerzan el idioma” me decía una vieja maestra de historia en mis tempranos años de escuela superior. Desde niña, me habían enseñado que había ciertas palabras que no podía mencionar. Los adultos, sin embargo, las decían sin consecuencias y sin restricciones. Siempre era un sujeto interesante y divertido para nosotros los niños. Cuando escuchábamos una palabra mala, nos sonrojábamos, nos reíamos y nos impactaba. Ahora de adulta, no existen las mismas reglas de antes, de no decir malas palabras (al menos que esté en un contexto inadecuado) y a veces me pregunto: ¿Qué significan para mí estas palabras? ¿Debería no usarlas? ¿A las personas les molesta cuando las uso? ¿Les incomoda? Realmente, ¿son necesarias para expresarme?
Algunos expertos en la psicología opinan que sí. En un estudio por Vingerhoets, Bylsma & de Vlam (2013) se concluyó que “una de las características más notables del uso de las palabras malas es su asociación con la expresión de sentimientos fuertes, sean positivos o negativos, como ira, frustración o felicidad”. Así que ellas presumen de un poder increíble sobre el contexto de una conversación entre las personas.
Típicamente, el lenguaje obsceno se les atribuye a los hombres y algunas investigaciones han encontrado que ellos utilizan más este lenguaje que las mujeres. Incluso, conocen más malas palabras (Jay, 2000). Según Baruch & Jenkins (2007) y Vingerhoets (2013), esto puede ser porque la acción de decir malas palabras está asociada con la masculinidad y de las mujeres se espera que sean sensibles y lloren más al enfrentarse con situaciones frustrantes. También, Jay & Janschewitz (2008) añadieron que las mujeres comprenden mejor las consecuencias sociales de utilizar lenguaje obsceno que los hombres. De forma que las mujeres usualmente se dan cuenta del ambiente en que se encuentran y si es permisible el uso de las malas palabras o no.
Hay dos contextos en donde el uso de las malas palabras me llamó la atención: el primero, en los contextos deportivos. El campo deportivo, lleno de adrenalina, estrés, y acción. En una investigación por Rainey y Granito (2010) se encontró que los atletas utilizan el lenguaje obsceno a menudo. Si analizamos bien, un atleta está sujeto a una actividad que no solo requiere fuerza física, sino mental. El atleta se entrena religiosamente para competir con otros atletas de igual o mayor destreza y cuando ocurren situaciones frustrantes, su único alivio emocional puede ser el lenguaje obsceno; El segundo, en los contextos íntimos. Usualmente, las personas se sienten más cómodas utilizando palabras malas frente a personas que conocen bien como la familia o los amigos. Inclusive, esta actividad puede fomentar el compañerismo y el sentimiento de pertenencia en un grupo, ya que, según Stapleton (2010), el uso de las malas palabras se puede utilizar de forma positiva para expresar una identidad personal o grupal.
Hay evidencia que demuestra que el lenguaje obsceno ayuda a: aliviar el estrés, reducir el dolor, inhibir la conducta agresiva, aumentar la confianza, mejorar la credibilidad e interactuar de forma divertida. Así que, para algunos será un mal hábito, pero con mi maestra de historia, aprendí que es una forma de expresar los sentimientos más profundos del ser humano (siempre y cuando lo hagas en el contexto adecuado). Aquellos que se esconden bien adentro del corazón.
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*References:
- Vingerhoets, A. J., Bylsma, L. M., & de Vlam, C. (2013). Swearing: A Biopsychosocial Perspective. Psychological Topics 22, 2, 287-304.