Lo que nos hace ser puertorriqueñxs
Nos levantamos de madrugada
al escuchar el azote.
Con temor observamos a la luna agitada.
Mas, sin embargo, le dedicamos un suspiro.
Y con él, la luna se consideró afortunada.
Nos levantamos de madrugada,
al escuchar el azote.
Espantados quedaron nuestros coquíes.
Pero allí fue nuestro hermano Joselito,
y les cantó la canción del jibarito.
Nos levantamos de madrugada,
al escuchar el azote.
Nos agarró la impotencia, y la incertidumbre.
Pero Doña Sacia llegó y puso una vela.
“Mas vale vieja con luz,
que vieja sin costumbre.”
Nos levantamos de madrugada,
al escuchar el azote.
Nuestros hogares estaban repletos con grietas.
Pero llegó el hijo de Carlitos,
y sonrió porque su perro Pancho,
ahora podía dormir con él apretaditos.
Nos levantamos de madrugada,
al escuchar el azote.
La ansiedad amarraba nuestros sentidos.
Pero después nos enteramos de que la tía Carmen de Bayamón,
venía de camino.
Nos levantamos de madrugada,
al escuchar el azote.
Todos teníamos hambre y sed.
Pero llegó Don Ignacio y trajo galletitas con Caneca.
Caneca para los viejos, y galletas para los nenes de Rebeca.
Nos levantamos de madrugada,
al escuchar el azote.
Nos dimos la mano unos a otros.
Con vagones, guaguas, troces, y gente.
De todos los pueblos, y regiones,
como una sola corriente.
Si nos preguntan qué distingue a nuestra raza…
Díganles, que a nuestra gente nada la detiene.
Porque desde el campo hasta la ciudad,
lxs puertorriqueñxs viven de la sensibilidad.
¡Viva la gente bonita de Puerto Rico!