Llevas tiempo en búsqueda de empleo y zás, llegó el correo o llamada esperada. Te citan para una entrevista presencial o la llevan a cabo por teléfono. Entiendes que hiciste una gran entrevista…y nada pasa. ¿Frustrante verdad?
Les confieso que así me he sentido. Cada una de las experiencias adquiridas me llevan a un proceso de autorreflexión en el que reviso que pudiera estar haciendo mal. Cuando estudias Psicología Industrial/Organizacional, te sensibilizas a estos procesos de tal forma que aun cuando te toca estar del otro lado, estas tratando a la vez de implementar toda la teoría. Sin embargo, la gran mayoría de las veces todo queda sujeto a quien está llevando la entrevista y su interpretación de ésta.
En ese proceso de introspección, evalúo si hablé mucho o poco, el tono de voz, si respondí las preguntas que me hicieron o si divagué en ellas. También la postura que presenté, el control de ademanes, posibles movimientos involuntarios, animosidad (demasiado alegre o demasiado neutral), si tartamudié o hablé con fluidez, si llegué en el tiempo estimado por ellos como “puntual”, la vestimenta, entre muchos otros. ¡Todo esto a la vez! Son tantos y tantos los factores que pueden influir en este momento que, al final termino pensando (o consolándome) que tal vez, esa no era la oportunidad para mí.
¡La buena noticia es que no pierdo la esperanza! Confío que en mi búsqueda por encontrar ese puesto soñado, en la organización ideal y con el mejor patrono llegará. Además, soy consciente que cada experiencia de entrevista va puliendo mis destrezas, conocimientos y habilidades para cuando llegue esa oportunidad de poder ofrecer lo mejor de mí. Prometo contarles.