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This article is written by a student writer from the Her Campus at UPR chapter.
La ruta del matriarcado
Por: Andrea Marcano Medina

“1, 2, 3, 4”, murmuró una dulce voz a mi oído y, justo después, aquel coquí le volvió a cantar a su amada. “Viste, nunca falla”, me reafirmó ella mientras observábamos boca arriba los infinitos puntos blancos que aún brillaban a pesar de la aparición de unos pliegues dorados que se entrelazaban con ellos. “Un año más, mi niña”, me dijo al unir su mano arrugada con la mía. Esa sería la décima vuelta al Sol que he visto con ella. Para nosotras, era tradición acostarnos en el frío césped de la finca y, en ese día de enero, recibimos una vez más la llegada de la Tierra al Sol.  

Hoy me encuentro encima de la sábana tratando de evitar las punzadas de la grama mojada. He estado admirando las estrellas toda una noche entera. Por nada en el mundo me quería perder la Osa mayor y la Osa menor, y la búsqueda de aquella que fuese la más grande y la más deslumbrante, porque sabía que era ella. El coquí ya estaba en su último canto, y el alba se mezclaba con el crepúsculo de la noche. “Otro año más”, me dije a mi misma en voz alta mientras veo el nuevo inicio del año solar.

Al regresar al área metro, trato de bloquear los insoportables bocinazos que continúan tocando los carros cercanos al mío. Había ocurrido otro accidente automovilístico, y este parecía ser grave porque no nos hemos movido desde hace una hora. Inhalé paz y exhalé el desespero que sentía por llegar a casa. “Aprieta el botón para volar, mami”, salió de mi mente, pero con el tono que tenía cuando fui niña. Ella solamente me miró con ternura, y me quitó de la cara los pelos que se me habían pegado por el sudor. Ahora, desearía que eso sí existiera, y así poder alejarme de ese odioso tapón de la PR-52.   

Mis cristales están bajados. No era para aliviar el compresor del aire, sino por el hecho que el tercer robo de la computadora me prohibió volver a sentir el fabuloso fresco que salía de mi guagua vieja. Si no me equivoco, han pasado tres años de ese suceso, y se ha vuelto ritual prender la Montero, tocar con mi mano izquierda el manubrio, y rodarlo y rodarlo hasta el final.

No podía pedirle mucho a esa guagua. Mi bella abuela se la había comprado cuando tuvo mi edad, y se la pasó a mi madre cuando llegó a esa maravillosa edad de los veintitrés. Yo los cumplí en octubre del 2018, mi madre me entregó las llaves de esa reliquia, y siempre la saludo con el nombre de “Beba”.

Esta vez dejé en el counter de la cocina el libro que me estoy leyendo. El cuento número trece era bueno, pero no lo suficiente para sumergirme en él, mas este estancamiento rodeado de humo con monóxido de carbono me provoca una inmensa añoranza por el hecho de haberlo  abandonado.

Subo la canción del playlist que estoy escuchando. Últimamente me ha picado el interés de oír jazz brasileiro, y es ahí en donde cierro los ojos y verdaderamente me calmo.

Trato mucho de no pensar. Dicen que recordar es vivir, pero a veces opino que suprimir los recuerdos es mejor que volver a sufrirlos. Ahora, suspiro resignada. Me zambullo a nadar en ese mar de memorias.

“¿Te acuerdas de mami?”, me preguntó mi madre refiriéndose a mi abuela. Por varios segundos hubo un silencio rotundo. “¡Pues claro que me acuerdo!”.Se lo dije con una seguridad que no sentía. Sinceramente, lo que tengo son fragmentos incompletos en los que algunos les hace falta ese inicio, ese intermedio o ese final.  

Mis párpados aún cubren el color chocolate de mis iris, pero esta vez decido apretarlos con todas mi fuerzas y me obligo a bracear en esa agua helada.

“¡O me sacan esa rata de mi casa o me voy!”, abuela exclamó paniqueada con ese tono amenazante. Esa noche, los nietos terminaron instalándose en el cuarto de huéspedes después que los adultos se aseguraron de poner cuanta trampa de ratas se pudiera en la cocina. Nuestra misión era protegerla y cuidarla de ese gran roedor, mas terminamos todos en el piso con un fuerte hecho de sábanas, frisas y almohadas. Abuela solo sonría con sus ojos azules, la sonrisa más grande que le hizo revelar su diente falso, y el espacio vacío entre sus dientes laterales.  

“Baja el volumen, mi niña”, me dijo ella débilmente. Ya le quedaba poco pelo blanco en su cabellera, y lo único que la animaba era ver las telenovelas por televisión. Así que, como niña complaciente, agarré el control remoto, y disminuí el capítulo en donde María y Esteban le revelan a sus hijos la verdad de quién es su madre.   

“Mamá querrá que tuvieses esto”, y desde ese momento he sido la madre adoptiva de Rocky, el peluche de oso que le regalamos en su último día de la amistad. No había un día que no durmiera sin él, y por mucho tiempo mantuvo el olor a rosas que solía pertenecer a ella. Abuela lo utilizaba como almohada y de esa forma la fragancia del gel de baño se le pegó también a Rocky.  

El corazón por poco se me sale del pecho, al igual que el grito por la boca, cuando abro los ojos y me percato que la 4Runner color perla ya se había movido varios pies hacia al frente. Luego de acercame a ella, con el espejo retrovisor, trato de liquidar con mis ojos al hombre que me tocó bocina. Su camry desgastado definitivamente no va a pasar la nueva inspección este verano, pero parece que ni le preocupa porque según su música “estamos bien”, mas yo diría que su audición pronto no lo estará.

Por fin empiezo a ver las recién instaladas columnas de los Outlets de Montehiedra.

Tan cerca está el nuevo centro comercial, pero tan lejos lo encuentro, y la espera ya me está comenzando a afectar.

Abuela murió el día declarado como internacional de la paz. Ella se convirtió en mi ángel, y por trece años la he tratado de buscar en los cielos oscuros porque sé que su espíritu aún deslumbra. La lucha de encontrarla a veces decepciona y, el rencor de tener que verla así y no poder besarla y abrazarla, ataca.

“Ella se estaba bañando un día y mientras sus dedos tocaban su cuerpo, una protuberancia la paralizó de miedo, y fue ahí el inicio del final”, aclaró mi madre cuando ya yo era una quinceañera. “¿Por qué, abuela, por qué?”, “¿Por qué no fuiste al médico temprano?”, “¿Por qué te callaste?”.

Aquellas preguntas terminaron como retóricas  y solo el consuelo de haberla tenido, aunque sea por poco tiempo, me hace flotar en aguas templadas.

Hoy me quedé más de lo usual en la finca, y ya cuando los pájaros empezaron a salir, decidí subir a casa y como el efecto de dominó, cogí el tapón mañanero del pueblo Pedreño hasta tropezarme con este aparatoso accidente.

Gotitas de agua empiezan a obstruir mi visibilidad una vez identifico, a mi izquierda, los cines del establecimiento. Parece ser que el mal tiempo es pasajero, pues el sol nos está saludando también. Cuando niña, solía pensar que brujas contraían matrimonio en días así, la estrella solar las protegía mientras que la lluvia las bendecía. Ya estos días inusuales se han vuelto costumbre, y la magia se rompió, pues ahora sé que es la Tierra mostrando su descontento hacia nosotros.

El aguacero se convirtió en minutos. Luego de soltar un largo suspiro, subo con dificultad a media mitad mi cristal, pongo los wipers a funcionar, y busco en el compartimiento del lado del pasajero el paño para pasearle al cristal delantero. Después de asegurarme que no se va a empañar, tiro el paño al asiento vacío, y suelto un poco el freno para acercarme otra vez a la 4Runner.

Saco mi delicada mano izquierda al cristal y la viro para examinar si esas partículas frías se aposentan en mi palma abierta. Algunas deciden esparcirse como si quisieran alejarse de mí, y las otras se dan la oportunidad de acumularse en el centro de mi mano. De momento, una voz femenina canta, “água de beber”, “água de beber camará”,“água de beber”, “água de beber camará”,y hace que resalte de mi cachete derecho el pequeño hoyuelo que reside ahí. Su voz romántica es una vivaz, y me provoca el disfrute de nadar libremente en las aguas cálidas de mis recuerdos.

“Água de beber”, cantaba mi mamá cuando yo correteaba entre sus piernas. A mis dos años, su jocosa melodía me hacía balbucear de la alegría, y a pesar de no entenderla, no quería que dejara de repetirla.

“Lloré tanto al momento de enterarme que iba a tener una hija”, me cuenta otra vez mi adorada madre el día de mi cumpleaños. Nací en la cúspide de un romance en el que la pasión dominó la razón. Por lo tanto, fui el resultado de ese estado eufórico, pues en los planes de mis padres, mi nacimiento no estaba entre sus horizontes.

“Tu padre ya había sacado la cita para operarse, pero solo le faltó escuchar a Rubén, y el proceso de cómo hacen la vasectomía para asustarlo.”

Es ahí donde comienza mi vida. Una a la que considero bendita, pues la pereza y la lujuria me trajeron hasta aquí.

Así mismo como vino la lluvia, se fue, y vuelvo a bajar mi cristal. El tránsito se empieza a mover, y es ahí donde localizo en el paseo las ambulancias, la policía y los bomberos. Por lo que pude observar, el bonete de una Lexus RX roja se levantó un poco y perdió el bombillo izquierdo. Cerca del auto, se encuentra un joven de apariencia pudiente, y éste parece estar hablando por el celular con alguien. A él lo acompaña dos oficiales estatales. Seguido a ellos, está lo que pudo haber sido un carro Hyundai Elantra negro. Su baúl está completamente destrozado, y puedo detectar pequeños parchos rojos en su pintura. En el área del conductor, dos bomberos tratan de sacar a una mujer inconsciente, y dos paramédicos transportan en camilla a una niña con collarín a la ambulancia.

Trato de pasar lentamente por donde ocurrió el incidente. Antes de alejarme, miro por el espejo retrovisor el momento cuando logran sacar a la mujer del carro y, con un nudo en la garganta, intento rezar por sus vidas con el deseo de que ambas sobrevivan.  

El viento ocasiona que mi pelo largo se despeine una vez acelero por el expreso. A mi izquierda, ubico el Centro Comprensivo de Cáncer, y a la derecha, la antigua penitenciaría conocida como el Oso blanco. La radio continúa tocando jazz, y estoy a minutos de llegar a mi casa.

A tan solo segundos, ya estoy metiendo mi Montero a la marquesina, y justo después la estaciono para así apagarla. Luego, me desabrocho el cinturón pero no me salgo del auto enseguida. La trayectoria hacia acá la sentí eterna y cuando miro el reloj del celular me percato que son solo las 10:00 de la mañana. 

 

 

 Andrea Marcano Medina

Lover of singing, dancing and reading. I like spending my free time binge watching series that have too many seasons, fangirling over female pop icons and watching makeup tutorials. Social media is one of my passions and I aspire to be the best publicity/public relations specialist. Always bold & brave.