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This article is written by a student writer from the Her Campus at UPR chapter.
Te tengo que decir algo
Keniw T. Rivera Quiñones

 

-Te tengo que decir algo.–

-¡Por favor dime que trajiste pasto! Esto de estar a secas ya me está haciendo efecto,- dijo Juanka, mi amigo, casi sin respirar después de tomar un buche de su copa de cidra. Estamos en la recepción de la boda de mi prima, La Madura. Sé que podía traerme a Natalia, o Valeria, o incluso a Ana que ya conoce bien a la familia; pero me lo traje a él. No tuve que rogarle mucho; pensaba que tendría que mentirle diciendo que iba a haber barra abierta, pero para mi sorpresa me dijo que sí sin mucho esfuerzo.

Nos sentaron a toda la ganga junta. Antoni—hermano de la madura y El Mayor—está con su novia de quien se ha dejado ya 6 veces, pero con quien ha durado 4 años; se ven felices. Pricilla, La Perfecta, vestida de un candente traje rojo que acentúa todos sus mejores atributos, está sentada opuesta a mí. Con todo y el arreglo de orquídeas que se sitúa entre nosotros como centro de la mesa, logro ver en la mirada de La Perfecta una pizca de odio; siempre ha envidiado a La Madura, pero creo que esto de que se haya casado primero ha sido el golpe más fuerte. Carlos, El Raro, está tranquilamente sentado al lado de su esposa de casi 5 años. La boda de él no se compara en nada a esta. Fue en Estados Unidos, lo que impidió que todos de mi familia pudiéramos asistir. Sólo fuimos los de esta mesa —los primos mayores— y las matriarcas Torres —mi abuela, Perlania, y mi mamá con sus dos hermanas. ¡Aquí vinieron muchos más! Además de los esposos que han sobrevivido estar con una Torres, también están los primitos pequeños que nacieron después de mí, y hasta abuelita Bis, la guerrera que con sus 96 años ya casi ni camina pero quien de seguro vencerá la muerte y resucitará a la hora.

Nuestra mesa es de ocho personas: una silla para cada primo y su acompañante. La que queda inmediatamente a mi derecha, siempre vacía, estaba reservada para el acompañante de La Perfecta que nunca llegó.

–Su atención,– dijo la primera dama mientras golpeaba su copa. –Su atención por favor. ¡Un brindis…!–

Eso se supone que lo dijera yo. La Madura y yo siempre fuimos inseparable desde chiquitos. Cuando jugábamos, o peleábamos, uníamos fuerzas para ganarle a cualquiera de los otros; La Madura siendo la penúltima y yo el menor de los mayores, nos llevó a protegernos mutuamente. Pero crecieron… y El Mayor ya no se cree El Mejor, La Perfecta está aprendiendo a ver lo hermoso de las imperfecciones, El Raro ya no parece serlo tanto, y La Madura fue aflorando de año en año. Sin embargo, yo me quedé igual.

–Vente, vamos,– dijo Juanka mientras me arrastraba de la mano hasta llevarme a la parte posterior de aquel hermoso salón dorado. Juro no haber sentido que estaba llorando. Tuve que llegar al baño y ver mis ojos hinchados en el espejo para creerlo. El aire desapareció y sentía que la corbata me estaba ahorcando.

–Ya,– dijo Juanka sin despegar su mirada, –estás siendo un papelón.–

Inevitablemente nos reímos porque sabíamos que era verdad. Sin pensarlo dos veces saco una pequeña cartuchera que tenía guardada dentro de mi chaqueta. Juanka hace su baile extraño y se sienta entremedio de los dos lavamanos, y yo me le quedo mirando.

–¿Qué?

–Nada,– digo y le sonrío. –Toma. Gracias por venir.– Él prende el fili y reina el silencio. Mientras lo pasamos de atrás, pa’lante, pa’trás, el humo coquetea en olas pausadas frente a las luces vibrantes del mostrador. Se escucha el retumbar de la fiesta mientras los ojos empiezan a cristalizarse y convertirse rubí.

–¿Qué era lo que me tenías que decir?

–Olvídalo, no es nada.

–¿Qué te pasó allá afuera?– me dijo.

Ninguno volvió a hablar por un buen rato.

Esto es normal entre nosotros: irnos, separarnos de lo que está pasando, y parar el tiempo. Juanka fue quien me dio a probar por primera vez, pero ahora yo fumo más que él. Nuestra amistad tomó tiempo para desarrollarce; éramos casi extraños con todo y que estudiamos juntos por tres años en la high. Todo comenzó luego cuando reconectamos en la universidad, después de un año de habernos graduado, por pura casualidad. Un día estábamos en una fiesta y, sin lograr apartarnos del bullicio y el ruido, fumamos y nos arrebatamos en un sofá. Esa noche le di tres besos: el primero porque quería, el segundo para que los de la fiesta me creyeran, y el tercero porque quería. Juanka solo se rio, y yo desde entonces me enamoré. Nunca hablamos del tema. Todavía pasa que me quedo mirándolo y de momento él se da cuenta. Para hacerme el más fuerte me le quedo fijo observando sin titubear, tratando de probarme a mi mismo que no me afecta, pero él luego encuentra las fuerzas para guiñarme y matarme por completo.

–Te tengo que decir algo.

–Chris, ¿estás ahí?– grita Sebastián, el recién casado, mientras intenta derrumbar la puerta a puñetazos. Juanka y yo brincamos, como niños asustados, e inmediatamente tratamos de deshacernos del humo que seguía danzando.

Cuando abrí la puerta estaba Sebastián con una cara de encabronado, muy parecida a su cara habitual a diferencia de dos venas violetas que le brotan ahora de su sien izquierda. Juanka y yo estábamos listos para salir y seguir caminando como si nada hubiera pasado, pero yo no di ni un paso y ya Seba me estaba halando devuelta al baño.

–¿Qué te pasa? ¿Estás loco? ¡Estás en la boda de tu prima! ¡En mi boda! ¿Tú crees que eres capaz de pensar en alguien además de ti? Ya dieron los brindis y no estaba ahí. Cuando terminamos nuestro baile, ella te estaba buscando. ¡Te estaba buscando a ti! Y tú, ¿dónde estabas? En el puto baño fumando…– No me podía mover. Mi cuerpo estaba siendo presionado contra la puerta por dos puños de piedra que pesaban más con cada palabra que salía de su boca. Estaba tan cerca que podía oler la cidra. Sin embargo no tenía miedo; sabía que no me haría daño. Ya lo había tenido así de cerca en una ocasión y creo que él salió más asustado que yo.

Cuando Sebastián y La Madura estaban empezando de novios, yo estuve ahí. Para esos tiempos, solíamos hacer todo juntos: ir a la iglesia todos los lunes para el grupo de jóvenes, salir al cine de vez en cuando, dar vueltas… La Madura siempre me invitaba y yo siempre decía que sí. Parte de nuestra rutina era ver los tres juntos la premier de los episodios de “Teen Wolf”. Luego de salir del grupo de jóvenes, nos montabamos en el carro de Seba e íbamos a mi casa a ver la serie.

Entonces, llegó el break de navidad. No había grupo de jóvenes pero sí había episodio, así que los invité a casa de todas maneras. La Madura no pudo llegar porque estaba de viaje con su familia, pero Sebastían le llegó. Su olor y apariencia eran suficiente para saber que venía de una fiesta de navidad de la cual salió borracho. Nos sentamos en donde usualmente nos sentábamos, con una distancia entre medio donde siempre se sienta ella. Pasó un rato y ese vacío se puso más y más pequeño hasta que inevitablemente nos estábamos rozando. Él, por estar sudando tanto, se quitó la camisa; yo, por deseó, me la quité también.

Ahora estoy aquí, con esta realidad. Los puños aflojan su agarre y lentamente rozan mi ser hasta reposar en mi cuello. Sebastián cierra sus ojos y se acerca con precaución a darme un beso como el de aquel momento.

–No,– le digo sin querer pero queriendo. Y con un cortante beso de media luna, salgo por la puerta.             Todo lo sucedido desaparece inmediatamente que veo a Juanka, sentado, callado, con piernas y brazos cruzados, y su pelo rizo brillando sin esfuerzo. Sus labios rosados un poco apartados, buscando aire o tal vez las palabras que lo liberen de esta nota. Me siento a su lado y rápido me sonríe. Y yo le sonrío a él.

–Cabrón, Chris, ¿de dónde sacaste ese pasto?

Ya llevo un tiempo comprando marihuana de dispensario. Hace unos meses atrás, en una de mis visitas habituales con mi psicóloga, le mencioné lo que me estaba pasando. Juanka siempre ha sido extremadamente reservado, y todos en nuestro grupo de amistades lo secundan. Siempre hemos pensado o lo hemos estigmatizado como straight porque solo lo hemos visto salir con mujeres. Pero yo veo más allá…

Una vez estábamos arrebatados Natalia, Valeria, Ana, Juanka y yo en una playa del noreste de la isla. Cansados de sólo escuchar las olas desplomarse a nuestros pies, nos pusimos a caminar por la orilla. Las chicas estaban caminando al frente, yo en el medio, y Juanka atrás. El salitre estaba incrustado en nuestra piel. Mover los pies resultaba un poco difícil con chancletas, pero era necesario para no quemarnos con la arena ardiente. De momento Juanka se aparece por mi reojo y antes de darme cuenta de lo que estaba pasando ya estábamos columpiando nuestros brazos. Al principio era exagerado y torpe, haciendo de todo un chiste, pero él luego dejó que nuestras manos encontraran su ritmo natural. No dijo nada, y no alzó la mirada de las huellas que estaban dejando las muchachas en nuestro paso. Sentía nuestras energías alborotadas correr por nuestros dedos entrelazados, y sabía que Juanka estaba en paz. No fue hasta que Valeria se dio la vuelta para tirarnos una foto que Juanka arrancó su mano, dejando mi palma sudada, fría.

Luego de esto y muchas historias similares, seguro mi doctora me diagnosticó con dependencia maniaca, ya que me recetó marihuana medicinal. Ella quería que la utilizara para liberar ansiedad—esa es la historia que me digo, aunque todo realmente sucedió porque le insistí tanto a que me diera el permiso que me imagino que sólo lo hizo para sacarme de encima. Ya yo fumaba de todas formas; pero ahora era un licenciado hecho y derecho. Al principio me las echaba y le decía a todo el que pudiese que mi marihuana era de calidad; pero con el tiempo empecé a mentir, pues a nadie le impresionaba el hecho de que la necesitaba para estar un poco más bien.

Antes de siquiera contestar la pregunta de Juanka, llega mami y se sienta en la silla vacía que está a mi lado. 

–¿No me vas a presentar a tu amigo?

–Ma, por dioj.

–Bendición, Victoria,– dice Juanka y le da un beso a mi mamá.

–¿Cuántas veces te he dicho que me llames Vicky?– dice mami.

–Siempre se me olvida, lo siento. No lo vuelvo hacer.–

–¡Ay! Dios te bendiga chulería, ¡hace tiempito que ya no te veía! ¿Cómo está la familia por allá?

–Todo bien, gracias a Dios.

–Me alegro, mi amor. Voy a robarte a Chris por un segundo, ¿okay? Pricilla, no dejes al pobre muchacho solo; habla con él un rato en lo que Chris vuelve. Me saludas a tus papás, ¿sí?– dijo mami para despedirce, pero ya estábamos alejándonos antes de que terminara la oración.

Vemos salir a Sebastian del baño con una nueva vena brotada en el cuello. Rápido que desaparece en la distancia, mi madre se vira a enfrentarme cara a cara. La alegría y compostura que habitaba en ella hace unos segundos se desvaneció.

–¿Se puede saber por qué no estabas aquí para bailar con tu prima? Además de siempre estar en tu mundo, que ni caballero de honor pudiste ser para ella, ¡para colmo no estuviste cuando te estaba buscando! Estás cabrón. ¡Estás cabrón y lo sabes! Quiero que vayas ahora mismo a donde ella y la saques a bailar.

–Pero ma, lo hago ya mismo, estoy con Juanka hablando.

–¡No me importa! Hay cosas que nunca vas a entender. Arréglate esa corbata y ve. Te estoy pidiendo de favor. Ve a donde ella. Si no, te arrepentirás.

Con los pies pesados encontré mi camino hasta donde ella. La Madura, Olivia, quien me amó desde que me vio y quien me ama aún sin condición. Tan hermosa como siempre, con su traje sencillo y blanco para preservar la tradición. Su peinado no es nada complicado, compuesto de dos pequeñas trenzas y orquídeas que la coronan hasta perderse en el borde de una dona imperfecta. Estaba hablando en susurros con abuela Bis, pero una vez fijó sus ojos en mí, se disculpó y corrió a abrazarme.

–Estúpido,– fue lo único que dijo.

Cuando ella me pidió que la acompañara en este día especial, no esperé ni un día para tomar mi decisión y decirle que no iba a participar. Le agradecí, y con cada palabra que usé para intentar justificar mi negación veía como el entusiasmo en su cara desvanecía. Siempre hablábamos de Este Día y juramos tantas veces estar el uno para el otro en el altar. Sin embargo estamos aquí: un traidor que no pudo aguantar sus impulsos, y una recién casada perdonando una vez más. Con su temple de Madura, me besó la frente y me haló a bailar.

No había nada más que salsa; no se podía apreciar la clave ni el ritmo con el alboroto que había en el salón. Sin embargo, ambos por instinto empezamos a bailar un lento vals siguiendo nuestros corazones. Sus brazos: amarrados en mi cintura más como un abrazo; y yo: sobando su piel expuesta, recostando mi cabeza sobre la de ella.

–Espero que sean felices,– digo finalmente para romper el silencio. 

–Lo somos… aveces.

–Lo amas, ¿verdad?

–Sí.

–Te tengo que decir algo.

Se separa de mi pecho y un viento enfría donde ella estuvo hace segundos.

–Mejor es que no digas nada.

Sin soltarme, me lleva caminando entre las mesas. La música empieza a apoderarse del salón y va en crescendo; mi familia, riendo y aplaudiendo, mientras mi prima, La Madura, mantiene una sonrisa. Agarra a Juanka y ambos, él y yo, sin resistencia, dejamos que ella nos guiara de vuelta a la pista de baile. Por un segundo batallamos quien de los dos iba a tomar el rol de “hombre” en esta pieza, pero luego de reírnos sólo nos agarramos las manos como hicimos esa vez en la playa. Olivia nos dejó y desde lo lejos me lanzó un beso. Sin podernos apartar del bullicio, me le acerqué al oído y dije que le tenía que decir algo. Antes de que me preguntara qué, le di tres besos: el primero porque quería, el segundo para que él entendiera, y el tercero por si acaso quedaban dudas.

Se apartó lentamente y volvió a sentarse para seguir hablando con Pricilla, La Perfecta.

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