El primer vistazo que damos hacia una pintura siempre es insignificante. Somos incapaces de ver el mensaje del cuadro a primera vista. Nos perdemos los detalles que nos cuentan la historia. Esto me pasó por largos años (irónicamente) con La Creación de Adán de Michelangelo Buonarroti. Antes de pasar a contar mi experiencia, conozcamos su historia.
La Creación de Adán, creada en el 1511, data de la época del Renacimiento, el cuál se presenció en el siglo XV. Es imposible encontrar esta obra de arte en un museo, ya que es un fresco de la Capilla Sixtina en la Ciudad del Vaticano, ubicada en Roma, Italia.
Esta pintura forma parte de otras que muestran el Génesis (primer libro de la Biblia), el principio de todo. Y la obra que elegí es la que muestra la máxima creación de Dios: el hombre.
Se han hablado muchas cosas sobre Buonarroti en está pintura, y se ha interpretado de distintas formas. Para entender estas interpretaciones es necesario comprender que detrás de donde sitúan a Dios en la pintura, se puede apreciar una figura que simula un cerebro. Basándose en esto, hay interpretaciones que insisten que el mensaje detrás de la pintura es que el hombre sale del cerebro de Dios, de su mente, y que lo crea según lo pensó. De igual forma, otros comentan que es una alegoría de la búsqueda de lo divino. Incluso hay otra interpretación que afirma que Miguel Ángel se quería burlar de la Iglesia.
Mi interpretación fue distinta y una que resonó con mi fe cristiana. Me enfoqué en otra parte de la pintura: los dedos que casi se tocan. Me percaté al instante que, a lo mejor, Buonarroti no solo explicó el Génesis, sino que también, explicó el centro de lo que es una relación con Dios. Al ver estos dedos casi tocándose, llegó rápidamente a mi mente el pensamiento de lo cerca y disponible que estaba Dios de nosotros. A su vez, vi nuestra típica reacción reflejada en Adán: el desinterés o hasta la ceguera. Mientras Dios pone todo su esfuerzo y extiende todo su brazo y su mano para tocarnos, Adán está en una posición relajada, mirando hacia otro extremo y extendiendo, a medias, su mano. La distancia es poca entre Adán y Dios, pero no se acorta porque Adán no quiere. Solo le cuesta levantar su falange distal. Pero, ¿qué era lo que Dios le quería dar a Adán? Tomando en cuenta que la figura de Dios estaba sobre un cerebro, yo diría que le quería dar su sabiduría, algo que va más allá de la razón humana.
Nosotros estamos tal y como lo está Adán. No nos dejamos tocar por Dios y hasta estamos desinteresados. Nuestra búsqueda de Dios se hace difícil cuando, en realidad, Él está extendiendo su mano. Solo nos queda a nosotros extender nuestro dedo y acortar la distancia.